UNA VEZ, EN UN PUEBLO MUY VIEJO…

UNA VEZ, EN UN PUEBLO MUY VIEJO…

  • Agradecemos a Jefté Martínez  Mercado su colaboración para Misantla MX.

En el pueblo de Mizantla de la Nueva España, yo, Diego Pérez de Arteaga, Corregidor de dicho pueblo, en cumplimiento de la descripción que Su Majestad, don Martín Enríquez, Virrey de esta Nueva España, manda que haga de la fundación de esta tierra, y conforme a los recuerdos que en la mente guardo, de lo ya contado por el fraile franciscano Fray Buenaventura de Fuenlabrada, y por el natural totonaque, Diego Suárez (mal llamado, antes de ser bautizado, con el nombre del animal Mazatl, que en la lengua original significa Venado), envíole las historias y decirles que a renglón corrido y a continuación describo:

Que en fecha de mil y quinientos y cincuenta y dos años, en una tarde de muy templado día, el fraile franciscano Fray Buenaventura de Fuenlabrada, proveniente de hacia Jalapa, llegó hasta el pueblo hoy llamado San Juan Pueblo Viejo (asentado en una montaña muy montosa que baja de otras muy espesas y grandes montañas); iba acompañado de dos naturales provenientes de hacia el pueblo de Chapultepec (colindante de Cuacuatzintlan).

Mizantla es un ciudad antiquisima, dueña de una gran cultura.

Que en esa hora del dicho día, los indios totonaques sombreábanse bajo el techo de sus chikis (casas con techos de paja o zacate), que habíanse construido alrededor de las varias pirámides de piedra de la que llaman de bola; andaban los más desnudos, y al escuchar afuera el hablar extraño, saltaron prestos, imitando el movimiento del mortal jaguar, y asomando el ojo en las rendijas de las cercas, de caña o chamalote construidas, vieron al dicho fraile y llenáronse de curiosidad bastante, porque como aquél, nunca antes habíase visto otro igual; que era barrigón muy mucho; de unas muy grandes arrugas en la frente; y encima del ropón hasta los pies vestido, colgábale una cruz de oro luminoso, en el pecho, y en ella un hombre crucificado.

Que veíase muy cansado, porque en llegando, el dicho fraile, cayó las rodillas en la tierra, y con las manos juntas en la frente, púsose a decir palabras raras que los indios no entendieron, porque son gente de muy poco entendimiento, que hablan todos una misma lengua, vulgar y gentil, este pueblo y sus sujetos. Detrás del fraile, desnutridos y encuerados la cintura arriba, iban los otros dos, encorvados y cargados con huacales, que de bejuco de jonote estaban tejidos; bajáronslos de la espalda para arrodillarse, también, mirando arriba el cielo, a murmurar palabras las mismas que el fraile.

Que desde su jacal, el Señor del pueblo por sus gentes mal llamado Mazatl, de recia figura y mucho mando, salió con lanza en mano y fiero el rostro (más fiero de verse a falta de varios dientes), y alertas los movimientos, enfrentó a los extranjeros; los hombres del dicho pueblo hicieron los más lo mismo, y rodearon al fraile y sus indios de carga; y mediante su indio que las dos lenguas hablaba, Fray Buenaventura de Fuenlabrada, hablole al jefe Mazatl de un Dios verdadero, y que por tanto entonces, en adelante, los gentiles de ese pueblo deberían no hacer más sacrificios a los muertos que llamaban dioses, porque difuntos eran ya, y no tenían poder ninguno, ni sus ídolos que hacíanse de piedra y palo. Pese a lo dicho contra sus dioses, el Principal Mazatl (hoy Diego Suárez) dejó al fraile hablarles, por causarle muy grande diversión oírlo decirlo, y la manera de decirlo.

Así luce una calle del actual Pueblo Viejo, mpio. de Mizantla

Que con insolencia y mucha burla, desnudos y embijados de barro el cuerpo a manera de demonios, sus indios, del Mazatl, reíanse también del fraile, porque la dicha figura que mostraba no era un Dios para ellos, sino un espíritu sin fuerza, impotente del enojo de sus muertos, de sus ríos y de sus selvas, así sentíanlo.

Que muy muchos meses después, el Mazatl acostumbrose a su presencia, de Fray Buenaventura de Fuenlabrada, y en tanto, hiciéronle donde al presente estaban (porque se juntaran a reírse más), una capilla a su Dios, de zacate la techumbre y chamalote la cerquilla, embarrada con molienda que de zacamil y lodo hacían. Pero que a pesar de ésta, diose más en quejarse muy amargamente el fraile, por el sacrificio mucho que era juntarse allí los indios, en la capilla, porque era comarca dispersa donde dase el monte abrupto, entre caminos empinados y sinuosos, y que a muy grande trabajo podían reunirse para ser adoctrinados. Quiso entonces, el fraile, que dejasen las montañas y se fuesen, los más, al lugar que llaman Chapultepec, allá por Cuacuatzintlan, cercano de Jalapa, para ser bien industriados en las cosas de la fe.

Pero que el Mazatl ignorolo, por ser su pensamiento otro; por haberlo ganado ya la codicia, que por ser cacique y Señor del pueblo, los más juntábanse para darle servicio de todo lo que había menester, sin faltarle nada. Y pensando acrecentar su poderío hasta siendo viejo, preparaba su heredero, el que habíale dado su esposa joven, que no había parido hijos antes por habérselo negado los dioses; y para preñarla, el Mazatl, había hecho sacrificios muchos, y bebido tés de plantas muy amargas, y comido sapos y culebras y otras muchas sabandijas más, para recibir poder y fertilidad, y para que fuese a ser gran gobernante, su hijo; que cuando nació, el Mazatl llenose de muy mucha arrogancia. Su mente creciose hasta más allá de su aquiescencia. Por eso no dejaba esas tierras, y enseñábale combate con hombres y animales, y las artes de mandar, a su hijo.

Que según hallan que entonces, una mañana muy mucho tiempo después, cuando los hombres sembraban el maíz en el monte ya raspado, apareció volando la Pichahua, que era un águila muy grande, que tenía de costumbre hacer el daño, y robose un niño que cogió con garras correosas como raíz de cocuite, y llevolo a la cueva que está en el cerro más alto, y devorolo allí. Los indios, sin creer lo que el fraile habíales dicho, que una maldición érase aquello por burlarse del Dios de la cruz, cuando el águila atacó otro niño, se enojaron mucho entonces, y para encontrar su nido y matarla fueron tras ella en el monte. Pero la Pichahua había volado cuatro leguas abajo, esa vez, a los llanos que les llaman de Almería, donde bajaron los más a todo río, devorados por insectos y el calor, pero el águila perdiose en el valle donde empieza a mirarse la costa del mar.

Que mientras buscábanla en el valle a muy grandes trabajos, regresó por otro niño al caserío, el águila. Estando muy bastante triste, Diego Suárez, antes mal llamado Mazatl, contó una vez del presagio que sintió ese día, y lo que sucedió después. Así lo dijo: Mientras lo buscábamos, al Pichaua, ya andaba con su ojo como demonio, clavado en el atrio, encima del niño que corría alcanzando su perro; y a gran rapidez cayó del cielo, las alas temblando por ser muy mucho fuerte el viento, y atrapolo a la pasada, al niño, y alzolo a lo alto con las uñas de garra, del cuero, y llevolo colgado en los aires.

Que por el caserío todo, escuchose enloquecido el grito de una mujer; y otras más mujeres que salieron de sus chikis, corriendo y lanzando piedras y palos al animal, pero nada pudieron hacer ya, más que contener a la madre que buscaba caerse en los acantilados, fuera de ella misma, como para volando, alcanzar el bulto que íbase alejando en las alturas de los muchos cerros. Venado enfermose de tristeza, hasta casi morir, porque era aquella su mujer, y era aquel también su hijo, el que habíase llevado el águila. Su mundo de muy muchas ambiciones hundiose todo, en un solo soplo. Y a rape la cabeza, y muy herida por haberla majado contra piedras y palos hasta hacerla sangrar, humillose ante el Dios de la cruz, porque el águila no matase más niños. Y el Dios ordenole entonces abandonar su sitio, y sus muertos y sus dioses.

Que así lo hicieron la mayoría, pero en lugar de Chapultepec, como lo quería el fraile, enfilaron a los llanos donde habíase llevado la Pichahua a su hijo, del Mazatl, por creer que era la señal sagrada, que habíales dado el águila para edificar su nuevo sitio. Y los indios, los más, con miedo y tristeza, marcharon sin repelar. Llevaban semillas de la tierra, y gallinas y gallos silvestres, en huacales colgados de la frente con cueros, y cargando en las espaldas; y los niños, con canastas sobre las cabezas porque no los descubriera el águila, iban escondidos y temblando. Y es así como dejaron su tierra donde al presente estaban, y donde vieron morir el sol y nacer la luna por muy bastantes años. Guiábalos una nueva fe. Y el que al frente iba de los convertidos, no era el llamado Mazatl, el Principal de las gentes, sino Fray Buenaventura de Fuenlabrada, quien, muy mucho contento, alzaba en las manos una cruz, labrada por un indio totonaque, del árbol de la tierra que le nombran liquidámbar.

Que bajando muy grandes taludes, prolongados en temibles precipicios, por entre escaleras de troncos y bejucos hechas, llegaron a este valle cuatro leguas abajo hacia donde nace el sol, y escogieron junto al río que por aquí pasa, y al arroyo que llamamos el Paílti, una tierra fértil y con comida mucha. Y muy pronto olvidaron la Pichahua, y pusiéronse a sembrar la calabaza, el maíz, el chile y el frijol. Y ocuparon las ruinas de un pueblo muchos años antes ido, y construyeron los templos a San Sebastián y Santa María, sobre ellas. Y pusiéronle a su nuevo pueblo Mazantla, el nombre que en la lengua Náhuatl significa, Lugar del Señor Venado.

Y así acabada la memoria de la fundación del dicho pueblo, nombrado ahora por los españoles Mizantla, yo, Diego Pérez de Arteaga, Corregidor de éste mismo, hágole remesa para que sea de usted conocida, mi muy excelente señor, don Martín Enríquez, Virrey de esta Nueva España; y estando en acuerdo con lo aquí por mí descrito, la firmamos todos con las personas que se hallaron a hacerla. Que son las que siguen…

(Cuento) Jair O.

Jefté Martínez Mercado es un misanteco amante de la cultura y de las letras donde ha dado muestras de su talento, su inquietud  literaria lo ha llevado por caminos donde es apreciado por su pluma.

Fotos: Crédito a quienes correspondan.

Edición: Alan E. Meza Virués

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