¡ CÓMO UN SELLO !

¡ CÓMO UN SELLO !

Autor: Dr. Vicente Mota y Orduña.

Mi pueblo es sinónimo de tradición, de cultura, de encanto, de folklore, de misticismo. Guarda en cada una de sus calles y edificios la grandeza de sus habitantes. Transitar por sus calles –aún en la distancia- es llenar de recuerdos el alma, y hacer saltar de alegría el corazón que irremediablemente galopa circulando las arterias. Aun en la distancia, puedo sentir el aire que surca el firmamento, puedo ver a las aves surcando el cielo, escuchar el sonido del silencio junto al río, palpar su belleza campirana, sentir el cálido abrazo de sus calles, inhalar su aroma que sutilmente me embriaga; y esbozar una sonrisa tan solo al imaginarme la alegría de mis paisanos. Y es que el evocar a la princesa, es meterse en cada rincón y soñar; es vivir y revivir andando nuevamente sus caminos y llenar el alma de ilusiones, porque sencillamente ir al pueblo, evocarlo, traerlo a la memoria, es hacer camino al andar mientras sientes que la tibia brisa te acaricia de los pies a la cabeza.

No sólo es su vegetación exuberante, cargada de verde vida, no sólo su sabor dulce, su brisa refrescante que huele a rio, es también la actitud de su gente, su hospitalidad, su cordialidad, su picardía. Es todo, en una palabra. Misantla es una ciudad muy próxima a la leyenda, al cuento, a la poesía, y al cielo mismo. De ello hablan sus encantos que nos gritan su prosapia: Su jardín de los ídolos, su bella plaza Morelos, su cerrito del Calvario, la blanca Iglesia de Santa María de la Asunción con su torre que apunta al firmamento, la mirada del Espaldilla que surca el firmamento, los vestigios de piedra en la zona de Paxil, y ese aire enigmático que se respira en Los Ídolos.

El Jardín de los Ídolos en Misantla, es un bello lugar.

No podemos menos que sentirnos orgullosos de su grandeza y lo trascendente de la historia de nuestro pueblo, de su belleza y colorido. Para quienes nos encontramos lejos del terruño, hay motivos más que suficientes para regresar una y otra vez a esa mi romántica ciudad. Eres princesa totonaca, eres mujer y eres tierra, y en mis desvaríos, a ti puedo abrazarme con los dos brazos al alba, como se abraza a la noche, hembra de caderas amplias. Eres faz de niña, tierna, dulce, sonrosada. Tu risa es una plegaria que entre rumor de sonajas, a Dios tu pueblo levanta. Eres madre amorosa que ha dejado honda huella en lo profundo de mi alma. Yo quiero andar los recuerdos en tus calles empedradas, y revivir los momentos que sublimes de ti emanan, porque eres bella mi morena, me incitas a ser poeta y a contar de tus hazañas.

El traje de la mujer totonaca es de belleza sobria.

Eres “como el manzano entre los árboles silvestres y tu fruto es dulce a mi paladar.” Tan solo al evocarte yo deseo caminar con pasos de nostalgia, esos caminos que tantas veces recorrieran con amor, de chamaco mis ansias. Contigo me hice hombre y me fundí en un abrazo en las noches de invierno y de nostalgia, en las que mi amor fluía con pasión inusitada. Eres un paisaje dibujado por versos y por rimas mi preciosa Misantla, pero más que nada, por sentimientos que inevitablemente, me trasladan a un lugar en donde brilla la esperanza de la patria.

“¡Oh, si tan sólo me besaras!” ¡Si yo pudiera aspirar de tu perfume que me embriaga! “Tu nombre es como ungüento derramado”.

 Hueles a yerba fresca, y a los frutos que Dios te ha regalado sin mediar plegaria. Tu aroma es a limonarios y a naranja. Tú origen es la sierra y eres una bella flor, sublime, legendaria.

Por las noches no me canso de buscarte en mi lecho, y vago por tus calles y recorro tus plazas.” ¡He aquí tu eres hermosa!” Tu boca es de cereza. Tus labios son de grana

Eres nacida de un manantial que nace allá en la sierra y que viene bañado de rocío de auroras, de sol, de flores y de magia. Toda tú hueles a nanche y a pomarrosa, a las rosas y jazmines que con el capulín de mayo me transportan hasta el cielo de noche y de madrugada.

La belleza de su paisajes son únicos en Misantla.

Tú me inspiras –como la mujer- a decirte cosas tierra amada mía, a evocar nuestros encuentros, y el idilio que por muchos años vivimos junto al río tan solo al rayar el alba. Anhelo vivir nuevamente tus noches de plenilunio, visitar tu iglesia, tus campos en donde se puede respirar el aire puro, escuchar tu música y saciarme de tu danza.

¡Ponme como un sello sobre tu corazón!

Vicente Mota y Orduña  médico de profesión, poeta por definición, oriundo de Francisco Sarabia, municipio de Misantla, radicado en Morelia, Mich. siempre preocupado por la cultura misanteca, de su vida, de su acontecer, terruño al que ama de manera entrañable.

Formato. Alan E. Meza Virués.

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